El Asesino de los cristales.
El sujeto abrió los ojos y se encontró en un garaje. Se vio amarrado a una mecedora. Estaba amarrado de una forma que si se resistía la soga se tensaría más apretando más sus miembros. Las puntas de sus pies, su mano izquierda y su antebrazo derecho ya estaban dormidas por la tensión de la cuerda. Se dio cuenta que enfrente de él había una especie de mesa con cuatro copas de cristal; una copa pequeña, una copa alta, una copa holgada y una copa tipo jarra. Estas copas le parecían conocidas. También se dio cuenta que al pie de estas cuatro copas habían pedazos de cristales.
En ese momento una voz que vino por detrás le dijo que quería ver si era capaz de romper estas cuatro copas con sus gritos. El secuestrador prosiguió a la mesa con los cristales rotos. El sujeto no pudo ver el rostro de su aprehensor por que el garaje estaba a oscuras. Lo único que iluminaba este cuarto era un bombillo con una luz débil. De repente una mano lo agarra por el pelo empujando su rostro hacia atrás y con la otra mano corto un poco la conexión entre el lóbulo de la oreja y la mandíbula. El grito fue tal que apenas agrieto un poco la copa más alta. El segundo corte fue entre la fosa nasal izquierda y la parte superior del labio superior, en donde sale el bigote. Esta vez el grito termino por romper la copa más alta.
Este era el juego del Secuestrador y el secuestrado. Un juego donde las torturas tenían como fin hacer que los gritos rompieran las copas. Al final que se podía esperar que solamente la muerte de la víctima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario